30.8.06

Carta a mmmi amigo...


A mi otro amigo, Jorge, el charnego...

Jorge:
Sí que estoy enterado de cómo va todo el pedo en México. Y la verdad es que tengo un sentimiento mezcla de indignación y de espíritu surrealista.

Edgar:
Es que no estamos entendiendo que es una sociedad de castas la que se vive en México. No es una república moderna y nuestro marco teórico (y de percepción) es moderno: pero nuestra realidad no. Por eso también la incapacidad de leernos a nosotros mismos. Nosotros mismos en nuestro afán de querer ser modernos sin serlo, nos hemos adaptado a la modernidad, pero nos hemos desadaptado a nosotros mismos (hablo en plural como acto reflejo, porque te siento muy cercano, pero no sé hasta que punto la circunstancia charnego-catalana coincida con la mexicana).

Jorge:
Indignación por la legimitación definitiva del golpe de estado perpetrado y surrealismo por las características que la contralucha de la gente está llevando a cabo.

Edgar:
Indignación cabe si creemos primero que hay Estado. Y surrealismo cabe, si creíamos que había un espíritu laico en la política mexicana (y en general la latinoamericana, así como Fox no tiene empacho en ser visto besando la mano al Papa en acto protocolario de Estado, Evo Morales no tiene empacho en aparecer en primera plana en ritual incaico con todo y plumas y pipa de la paz).

En la sociedad de castas, la sociedad ideal española, se reconocía la diversidad, pero la estratificaba: cada casta tiene sus derechos y obligaciones. Este "golpe de Estado" no es más que los criollos recuperando su "derecho divino" a gobernar, y la clase media (mestiza "blanca") identificada con la casta criolla, cierra filas con los criollos, que no quieren a un "naco" (indio-mestizo) gobernando su "territorio". Es territorio de ellos, ellos lo poseen, pues para ellos los mismos "gatos", "nacos" "criados" por ellos, no existen como posibilidad de gobierno.

Es cierto que las ideas de López Obrador no son muy "modernas", pero si vemos con atención, su política de privilegios y cacicazgos es muy similar a las establecidas por Felipe II en América cuando nombra a los Tlaxcaltecas "brazo armado" de España en América. Su clientelismo es cacicazgo a partir de cacicazgos. La plebe mexicana vive así y así le gusta vivir, y no le gusta que Wal Mart o Exxon le vengan a deshacer sus cacicazgos (incluídos PEMEX y la CFE), y para ello hay que estar contra los "criollos" "vendepatrias": he ahí el meollo.

La pugna entre estos dos bandos es solo el reflejo de una guerra de castas, no es ninguna lucha revolucionaria, ni modernizadora, ni actualizadora de nada. Solo trata de restablecer el equilibrio entre castas que el PRI logró en el siglo XX, y que no se veía desde el XVII.

Jorge:
Me recuerda un poco lo que pasó durante la guerra de independencia española con Napoleón. La gente salió a la calle y todo parecía que era resultado de la voluntad popular, cuando en buena medida ocurría todo bajo el impulso de determinados intereses.

Edgar:
Caciques. Pero los caciques tienen apoyo popular real, basados en la calidad lúmpen del pueblo. La sociedad de castas, para mantener su inamovilidad requería de un pueblo lumpenizado, y la única manera de aglutinar al pueblo lumpenizado es... la religión [1][ 2]. En la sociedad de castas en la Nueva España se permitía la presencia de judíos, pero la Inquisición solo procesaba a los "judeizantes"... es decir: se permitían todas las diferencias, solo se condenaban las diferencias de confesión, pues la homogenización de la fé permitía que los estratos se mantuvieran conviviendo, pero inamovibles.

Jorge:
En fin, no digo que sea lo mismo, pero hay indicios de cosas preocupantes.

Edgar:
Pos no es lo mismo, pero se le parece mucho. Y no es preocupante: va a haber bochinche, dos o tres muertos, podrá haber hasta una nueva guerra civil, pero es solo nuestra vieja víbora cambiando de piel. Como las ratas de ratópolis, solo vamos a reducir el número de cabrones y seguiremos marchando sin marchar, como siempre.

Jorge:
Por otro lado, esa asociación permanente entre los mitos entronizadores de México y la renovación política se hacen extraños... lo digo por las imágenes que me envias con el peje y la lupe mano a mano.
Cada día veo más claro cómo México es el país barroco por excelencia. Incluso la manera en que las oligarquías toman el poder (caso de Calderón) muestra a las claras que el fenómeno del despotismo ilustrado es un lastre enorme en aquellas sociedades (incluyendo la española) que entendieron las revoluciones en términos de simple inercia y no de real transformación.

Edgar:
Pos sí... En su ideal utópico los panistas quieren llamar a esto "republica", pero solo para seguir en la OMC. En realidad buscan un Rey conciliador y aglutinador (por eso la obsesiva pugna por la Presidencia por ambos bandos), rechazan tajantemente la idea de "lucha de clases", y recriminan, como Juan Pablo II, a la "ideología del odio", que les pone en conflicto a su utópica convivencia entre "república indiana" y "república española".

Por otro lado, el Peje y la plebe, desde su ingenuidad neolítica mezclada con educacón pública del siglo XX (y yo creo que con un poco de miedo al triunfo-responsabilidad tan nuestro, tan mestizo), pensaron que ya había modernidad suficiente para llegar al lugar donde parece que se toman las decisiones de a de veras, a sabiendas que sabían lo que vendría... pero... la realidad, Jorge, la realidad.

En México, no pasa nada... ¡pero cuando pasa: pasa!... y no pasa nada.

Abrazos.

24.8.06

Crónica de castas XIV

Desearía que el protestantismo se mexicanizara conquistando a los indios:
éstos necesitan una religión que los obligue a leer y no los obligue a gastar sus ahorros en cirios para santos.
Benito Juárez


¡El pueblo, unido, jamás será vencido!
¡Burgueses, tragones, por-e so-están panzones!

¿De veras estarán panzones por eso los burgueses?, ¿de veras están panzones?
Yo no los veo tan gordos, y quizá haya dos tres que sí lo estén, como hay proletarios panzones y garnacheros. Pero generalmente los veo muy preocupados de su salud, van al gimnasio con regularidad, llevan dietas frugales y pagan médico de cabecera. Creo que las clases bajas fijan su idea de lo que es un miembro de las clases altas en base a ciertos prejuicios con respecto al trabajo y que tienen que ver con ideas forjadas en la sociedad barroca.

-¡Buenos días, Doña Socorrito! ¿Trabajando?
-Pos no hay de otra.

La pregunta que me hago es: ¿hay de otra?... parece que sí hay de otras, porque el Licenciado se la pasa muy campechana, llega tarde: "Claro, es que es jefe", cuchichean los subalternos dando ya, de hecho, que los "jefes" llegan tarde. Aunque fuera de las burocracias tanto públicas como privadas, haya lugares donde el jefe, sea el primero que llega y el último que se va: si es el propietario será un "matado", si es empleado será un "pendejo". La arraigada idea de que el "jefe" es un abusivo que tira la hueva a costa de los demás es una idea sumamente arraigada, con una mentalidad así no nos extrañe que las madres mexicanas críen déspotas la darles una "educación de líder". Todos teorizan sobre la manera en que el burgués emergió como una clase social alterna a la nobleza desde el fin de la Edad Media. El resentimiento, y en general la ignorancia, con que abordamos la historia quizá nos haga pasar por alto que si esta clase emergió y evolucionó no lo hizo solo parasitando de la nobleza y explotando a la proletariez, que sí lo hizo, pero no fue lo único. Para que esta bisagra hubiera sido posible hizo falta mucho trabajo, y más aún, una reconcepción de la idea de trabajo que se tenía desde la Edad Media.

Hace unos años Juan Pablo II, en un sermoncito de esos de domingo, invitaba a la feligresía a reflexionar por qué los países ricos eran ricos y por qué los católicos eran pobres. ¡Pinche ruquito! Ignorante no era sabiendo que sus interlocutores no harían nada más que ver la tele y escucharle sin reflexionar nada, se atrevió hacer gala de tal desplante de "autocrítica", pero la verdad es que ya hacía casi 100 años ya alguien mas capacitado había reflexionado al respecto... y seguramente Don Karol ya lo había leído.

En 1905, Max Weber ya había escrito La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Es un libro que me impresionó, y que me movió durísimo el tapete, quien quiera bajarlo online, está aquí. Aunque recomiendo la edición de Alianza Editorial, su prólogo simplifica mucho la lectura ya cuando entra uno a Weber ya resulta menos denso.

Así como los proletarios tuvieron en Marx a su Moisés que los liberaría del esclavismo al que estaban sometidos por el capitalismo, los burgueses, los capitalistas modernos, ya habían tenido su Moisés en Martín Lutero, aquel que protestó contra la Iglesia y al que nuestro Fray Gerónimo de Mendieta acusa de "maldito". Cuando Lutero protesta, los prmeros en seguirlo son los burgueses, a quienes se les hizo muy atractiva la propuesta del alemán que consistía en deshacerse de la burocracia clerical, que también cobraba. Mas tarde se agregarían otros teóricos a la protesta que acabarían aportando ideas más radicales como sacralizar el trabajo, exaltar la austeridad y la rectitud de vida, pero sobre todo: quitarle lo pecaminoso a la idea de enriquecerse. Si observamos la idea de "elegancia" y "la clase" que tienen los europeos y que tanto buscan imitar los gringos y los sectores mas ilustrados de nuestras clases ricas locales, podemos sobservar que esa simplicidad de elementos, el amor por los colores "serios", los cuerpos delgados producto de combatir con denuedo la gula y la pereza, los gadgets y accesorios discretos, pero que reflejen riqueza y distinción son producto del pensamiento protestante... ¡Ah, "el discreto encanto de la burguesía"!

De estos conceptos burgueses y protestantes viene todo ese rollo de calificar lo ruidoso, estridente, visceral, poco controlado, como cosa de "mal gusto", como de "nacos". En el siglo XVII, la Iglesia responde a esta moral burguesa y protestante con el barroco, para que la clientela no se le siga yendo de las iglesias habría que ponerle más candela al asunto y se potenció este estallido de formas y efectos que ya se venía fraguando desde el renacimiento. La Iglesia (léase España, recordemos que en esa época Roma era territorio español), en Europa acaba enfrascándose en guerras que le hacen perder poco a poco su territorio, sus problemas administrativos, políticos y financieros no encontraron respuesta en la sociedad barroca... ¡ah, pero qué literatos! En cambio los protestantes, metidos a las finanzas, el comercio, y con una moral mas rígida que los católicos, desarrollaron sistemas administrativos y políticos mas eficientes.

España contra las cuerdas, no podía (ni quería) restructurar su sociedad para hacer la competencia, y se dedicó a saquear el oro y la plata de las Indias para financiar la guerra. Para esto, la "paz social" en la Nueva España ya desde entonces llenaba el hocico de los políticos, porque la sociedad de castas permitía eso: mantener a la sociedad dividida en estratos sociales inamovibles con privilegios específicos. Sin guerras importantes qué afrontar, con los españoles y criollos mangoneando a una población conforme, autorreprimida, o simplemente incapaz de hacer contrapeso, y con todo por descubrir, la España iba sola. Es en la Nueva España donde el ideal barroco se explaya, en ninguna parte del mundo existe una traza urbana del siglo XVII tan limpia como las de Puebla, Morelia, o la de la misma ciudad de México. Es el único lugar del mundo donde se intenta un laboratorio social como el que vasco de Quiroga intenta en el Lago de Pátzcuaro tratando de hacer realidad la Utopía de Tomás Moro... pero todo muy muy lejos de algún precepto burgués moderno y mucho menos protestante. A lo más que llegaban era a ser como aquellos primeros brugueses de los burgos medievales, comerciantes discretos, y cuando podían comprar tierra, casi caciques en busca de nobleza, meros nuevos ricos.

Y así, mientras las sociedades burguesas protestantes se prepararon para hacer sociedades modernas, colonizadoras, expansivas, con avance tecnológico y científico que le partiera la madre a la naturaleza en aras del progreso. Nosotros, barrocos católicos, nos preparábamos para quedarnos donde estamos, con sociedades semimedievales, pasivas, sin avance ni movilidad social y dedicadas a despilfarrar la naturaleza en aras de que todo cambie, para que no cambie nada. No digo que no haya habido intentos por cambiar las cosas... pero... como que no hemos avanzado mucho.

¡Primero muertos que sencillos!

.


La sociedad de castas era una sociedad dividida en estratos y grupos sociales inamovibles con privilegios específicos, e incluso algunos grupos mantenían su forma de gobierno alterna.

¿No se parece ésto a lo que ya hay?

¿Por qué los banqueros y Jumex no van a pagar impuestos mientras la clase media sí?
¿Por qué aventarle la PFP a Atenco y no a Oaxaca?
¿De qué privilegios gozan los taxis panteras con respecto a los demás?
¿Por qué si 8 funcionarios del Poder Ejecutivo tienen desacato a algún Juez, incluído el Presidente de la República, solo se procede contra uno?
¿Por qué no se puede intervenir Tepito aunque se sepa dónde están y quiénes son los narcos que viven ahí?
¿Por qué Tepito funciona como un municipio libre autónomo igual que Los Caracoles zapatistas?
¿Por qué los zapatistas están cercados por el ejército y el EPR no?
¿Por qué los indios deben tener leyes distintas al resto de la población?
¿Por qué los ricos tienen distinto trato que el resto de la población?
¿Por qué el resto de la población permite, y hasta estimula, una idea tan segregadora como el V.I.P.?

¿No dice la Constitución que todos son iguales?
¿No parecería que cada grupo tiene sus leyes no escritas para cada quién?
Criollo: estas son tus obligaciones y derechos.
Mestizo: estas son tus obligaciones y derechos.
Mulato: estas son tus obligaciones y derechos.
Negro: estas son tus obligaciones y derechos.
Indio: estas son tus obligaciones y derechos.

Los embates liberales por hacer una república de la sociedad de castas solo lograron camuflar la sociedad de castas en una sociedad de clases, pero no cambiaron su funcionamiento íntimo. Hay un Estado, una Constitución, Instituciones... ¡hay hasta elecciones!... pero al final hay un gobierno verticalista donde un grupo se garantiza el derecho de mover (no le llamaría "dirigir") al resto del cuerpo social: repartiendo prebendas y privilegios, o asignando castigos y controles. Igual que en la Nueva España. Y al parecer, en el fondo, el resto del cuerpo social está de acuerdo y juega a mantener el statu quo. Son tan barrocos los panistas como los pejistas, ambos se mueven en la misma mecánica de la sociedad de castas, privilegiando a sus respectivas subcastas, solo que ingenuamente los pejistas pensaban que podían acceder al poder a través de los mecanismos de la "democracia moderna", pero pecaron de ingenuos: la república moderna en México es solo un trampantojo, para modificar ello hay que modificar algo más que el sistema político. No suena fácil, porque no se trata solo de cambiar el repartimiento de la riqueza o cambiar la estafeta, hay que modificar la manera de pensar desde el que está mas arriba, hasta el que esté más abajo. Pero para ser sincero, me pregunto: ¿Querrá cambiar esta cosa que llamamos México? ¿hacer a un lado sus creencias, modificar sus conductas, cambiar su visión del mundo?

Trampantojo de Diego Rivera en el Curie High en San Francisco.


23.8.06

Crónica de castas XIII

Fanfarria para la Clase Media

La moderna sociedad burguesa y capitalista inventó algo que las sociedades comunistas no pudieron crear: la clase media. Esta ya existía de manera incipiente cuando Marx escribió El Capital, y le llamó pequeñoburguesía. Cuando Marx denomina así a esta clase, por muy científico y objetivo que pretende ser, no se le puede dejar de sentir un dejo francamente despectivo, casi podríamos asegurar que si Marx odiaba algo más que a la burguesía, era a la pequeñoburguesía. Más tarde, los teóricos de derecha, sobre todo los impulsores de los mercados internos, tratan de dirigirse a toda esta gente con un término menos despectivo y que no implique que si hay pequeñoburguesía es porque hay una granburguesía. En los países avanzados con regímenes democráticos, ésta pequeñoburguesía ya era una cuantiosa mayoría de la población, ya eran electorado y había que dirijirse a ella con algún término mas respetuoso: se quedó en Clase Media.

Los Estados Unidos del siglo XX son el ejemplo más sorprendente, creo yo, de la movilidad y adaptabilidad que esta Clase Media con pensamiento burgués puede llegar a tener. De la misma manera como abundan los ejemplos de pequeños empresarios que pierden todo y remontan o se adaptan a su nueva condición social, abundan los ejemplos de alumnos emanados de las Universidades públicas que ahora se cuentan entre los empresarios a más adinerados del orbe. Artistas, teóricos, políticos, científicos, si bien los grandes capitales no han dejado de tener la sartén por el mango, podemos decir que la clase media ha sido un motor de avance en el siglo XX. ¿Y cómo se ha logrado esto? Educando a la población, protegiéndola, incentivandola, pero antes que nada: inculcando un pensamiento burgués desde su arista más noble, basados en ideas de honestidad y trabajo.

Sin embargo, este híbrido de burguesía y proletariado que puede tener lo mejor de dos mundos, también tiene lo peor de dos mundos. Si observamos al noble, al cacique o al burgués y nos preguntamos cuál es el objetivo histórico de los de su clase, queda claro: ¡conquistar al mundo!, ejercer esa cosa que Nietzche llamó voluntad de dominio. En esa coincidencia se basa su capacidad organizadora y planificadora. La burguesía, la nobleza, los ricachones, los pirrurris, o como quieran llamarle, no son el capital, como muchos tienden a confundirlo: el capital es una de sus herramientas y con ellas buscan el control de todo cuanto esté a su alcance, si para asegurar su supervivencia es necesario olvidarse del capital y hacerse monjas carmelitas descalzas, lo hacen. Sus banderas son el pragmatismo y el avance.

Si observamos a las capas bajas de la sociedad, tal parece que no tienen muy claro un objetivo histórico, de hecho, mas bien parece que carecen de él. Se conforman con comer y reproducirse, cuando se sublevan lo hacen solo para saquear graneros, robar mujeres, hacer catársis, y cuando quedan satisfechos, se vuelven a calmar. Para que se muevan en una dirección de manera uniforme, para que sean una herramienta social, hay que crearles una razón social que unifique su comportamiento, que los haga marcar mas o menos el mismo paso: un dios, conciencia de clase, identidad nacional... o de plano, cuando esas cosas no bastan, hay que inculcarles miedo: ¡Osama Ben Amlo es un peligro para el mundo!, y cosas de esas. Todos los discursos unificadores, incluyendo el del miedo, emanan de arriba, no desde abajo. Echenle un ojo a todas las fiestas populares: todas ellas unifican a estos estratos sociales bajos, y todas tienen sus orígenes en rituales inventados por las clases dominantes en varios niveles y en varias etapas históricas. Las capas sociales bajas suelen tener necesidades muy inmediatas, sin objetivos suelen ser pachorrudas y dispersas, no son como las dominantes, tenaces buscadoras de trascendencia.

A la clase media se le suele ver con desprecio: los de arriba los señalan como potenciales invasores de clase. En México, el término "naco" se usa para señalar a un invasor de clase, para marcar a alguien que está ocupando un nicho que no le corresponde cuando debería estar más abajo: alguien que no se merece una vida de trabajo y confort burgués. El término "naco" es uno de los favoritos de la clase media mexicana invasora e invadida.

Los de abajo ven al clase media con admiración cuando sienten que pueden subir en el peldaño social, y con resentimiento cuando las cosas van mal. A falta de odiar a algún rico que nunca se les pondrá a tiro, odian al que se le parece más, o mejor dicho: odian al que se parece más a la idea de rico que los pobres tienen.

En la clase media tenemos toda esta gama de comportamientos, desde el clasemedia emprendedor, abierto, civilizador, humanista, hasta el apático, cerrado, conformista y egoísta. En algún momento, cuando este invento del siglo XX, esta pequeñoburguesía transformada en clasemedia se ha desarrollado lo suficiente, tal parece que comienza a disparar a sus miembros en las direcciones que sus inclinaciones individuales les van marcando: los de pensamiento muy jodido, de plano acaban jodidos, otros multiplican sus liderazgos a todas las áreas de la actividad humana, y otros, aunque aquí sí muy pocos y dependiendo de las circunstancias, de plano se integran a la alta burguesía, renovandola y actualizandola. Para bien o para mal, pero así es.

La clase media ha sido la gran renovadora de recursos humanos en las sociedades industriales y postindustriales del siglo XX.



21.8.06

Crónica de castas XII

La moderna sociedad burguesa...

Creo que aquí, en esta frase, está la clave de muchas cosas. Marx escribe El Capital en Alemania en 1863, analizando la sociedad que le rodea: industrializada y burguesa.



En 1860 se funda en Alemania la primera ONG dedicada a proteger el ambiente, no tanto el de las ciudades, pero sí buscaban mentener los bosques que se estaban talando en chinga para obtener carbón para las máquinas de vapor. Quiere esto decir que muy probablemente Marx escribió El Capital bajo una densa capa de smog.
Marx escribía pensando en que el proletariado debería hacer conciencia, pero él mismo no era proletario, su orígen era burgués, gracias a ello se forma en las mejores universidades y logra alcanzar altas cotas de pensamiento: si bien lo abandona todo para entregarse a su obra, lo hace envuelto en una plena y absoluta convicción. Vive como pobre, porque él mismo se lo exije. ¿Quién más podría estar dispuesto a no producir más que ideas, trabajando 18 putas horas diarias frente a los libros, los papeles y las plumas?... pos un burgués... ¿Y todo para ir contra quién? Contra el propio burgués, dueño de los medios de producción, de las máquinas.
Pero por otra parte: ¿quién había mandado a diseñar, fabricar y montar estas máquinas? Los mismos burgueses. ¿Y quién puede dedicar su vida a diseñar y fabricar estas máquinas? Ingenieros burgueses o pequeñoburgueses. Desdeñamos el papel revolucionario de la burguesía. Desde que nacen en los burgos durante la Edad Media, emprenden un estilo de vida que se contrapone totalmente con la nobleza: trabajan, se imponen horarios, metas, se vuelven automotivados, autosuficientes, autodidactas, desarrollan sus propias escuelas.
¿Quién impulsó la revolución industrial? Los burgueses.
¿Quién impulsó la revolución francesa? Burgueses.
¿Quiénes fueron los ideólogos de las revoluciones bolcheviques? Burgueses.

Es cierto que cuando sale Marx con la demanda, que más allá de justa o no, es razonable, de que el burgués ceda los medios de producción a los semiesclavizados proletarios, pues los burgueses dicen: ¡Pérame tantito, yo trabajé para mí, no para ellos!... y es comprensible: ¿Qué otra cosa hacían los obreros que dar su vida imbécilmente para conformarse con mendrugo de pan mientras los burgueses desarrollaban al mundo?

La postura de reacción burguesa frente a la acción proletaria es comprensible, tanto como la acción proletaria que exigía condiciones de vida humanitarias. La revolución rusa derroca al zar e instaura a sangre y fuego la dictadura del proletariado, pero ahí se combate a un régimen semifeudal con estrategias modernas y lo que se logra es una guerra civil que elimina literalmente a la nobleza y la burguesía... no, no, no, demasiado drástico, quizá lo que haga falta es negociar, llegar a un punto no tan drástico, quizá lo que hacía falta, para mejorar las cosas, sería aburguesar al proletario, crear un número considerable de pequeños burgueses, que como una clase media entre los burgueses y los proletarios formen un colchón que amortigüe las contradicciones de clase, que impulsen el consumo y la producción de bienes a distintos niveles, pero para ello había que dar a la gente: poder adquisitivo, información y tiempo libre... y sin abrazar del todo a Marx, los estados burgueses, cediendo poco a poco ante las demandas de las asociaciones de izquierda, acomodándose frente a las crisis de guerra, se van haciendo de más y más ideas liberales, que van atendiendo ante todo, al preciado mercado: ponen manos a la obra sobre seguridad social, educación pública, creación de mercados internos... esas voces fueron arremedadas por los mestizos medievalizados mexicanos en el siglo XX...

pero ya me estoy adelantando.


En nuestro profundo resentimiento social señalamos al rico como burgués (digo "nuestro" porque me considero lumpenproletariat), pero no nos preocupamos por entender qué es un burgués, al menos el burgués que correspondía a las "modernas sociedades burguesas" que Marx criticaba. Y en nuestras sociedades feudales, creo que confundimos al cacique con el burgués. Nos vamos con la finta de que si usan ropa fina y tienen varo ya son lo mismo. Pero veamos con calma y aquí hay que atender a la historia de la burguesía, a su orígen en la Edad Media.

En la Edad Media, la economía se basaba prácticamente en tres pilares: El campesinado, que producía los alimentos. Los artesanos, que generaban la tecnología. Y la Nobleza, que cobraba a los otros. Así, sencillito, para no meternos en honduras. Bueno... este modelo medieval es el que se inoculó en la Nueva España. Un campesinado que vivía encomendado a los nobles criollos. Las cofradías de artesanos. Y en general las noblezas españolas e indianas, las segundas se fueron reduciendo hasta su extinción y solo quedaron las noblezas españolas.

Bueno, en Europa surgieron una nueva clase de gente que empezó a acumular riqueza: comerciantes que vivían en los burgos, los burgos eran los villorrios alrededor o dentro de las grandes murallas de los castillos y/o ciudades fortificadas. Estos amos y señores de los burgos, son los burgueses. No eran campesinos, no eran nobles, no eran artesanos... eran comerciantes. ¿Pero cómo? ¿una clase que se especializa en el comercio?... pues sí, era raro en una sociedad donde cada quien comerciaba lo que producía. Al principio esta clase solo se dedicaba a comerciar, a pasar los productos de un castillo a otro y sacar su lana: NO producían.

Al sacar su lana, desde luego que no querían vivir como la plebe, y mucho menos con la información y la cultura que acumulaban en sus viajes. Buscaban para ellos las mejores sedas, los mejores alimentos, los mejores muebles. Pero a diferencia de los nobles, esto les costaba su trabajo, y empezaron a desarrollar una cultura donde, al entender que el trabajo era su motor, lo privilegiaron por encima de todo. Su vida empezó a girar en torno a dos ejes: el trabajo y el confort. Se acostaban temprano, se levantaban temprano, pero en la mejor cama, bebían el mejor vino, pero no se emborrachaban, la mejor comida, pero nada que les obligara a tomar siesta, vestían las mejores ropas, pero sin ostentar más que los nobles, sus principales clientes. En fin, que empezaron a desarrollar un modo de vida burgués. Estos burgueses son los padres de la cultura aspiracional, buscaban imitar en lo más que se pudiera a la alta nobleza, pero como no eran herederos de tierras, se pusieron a comprarlas, a comprar títulos nobiliarios, a parecer nobles sin serlo: podemos decir que fueron los primeros "nacos", pues. Hubo otra rama burguesa, que empezó a acumular resentimiento con la nobleza perguntandose por qué deberían estar ellos gobernados por una clase tan parasitaria, y empezaron a acumular, además de resentimiento y riqueza, cierta consciencia política y comenzaron a luchar por una forma de gobierno que incluyera las decisiones de muchos burgueses y no solo de un Rey: Los burgueses son también, los padres del Estado moderno.

El matrimonio de los Arnolfini, del maese Jan van Eyck.
Le pagan un varo, eso seguro, para retratar a una pareja de...
¿nobles? ¡ni madres! No puede ser, ellos no se retrataban en pareja.
¡En pareja y con el baby en camino!... pero: ¡para eso hay que creer en la familia!
Pobres no son, se les ve en las garras que cargan: Seguro creen el la propiedad privada.
¿Qué serán?... ¡Pos burgueses!

Desde el final de la Edad Media (y salvo en los países
donde la contrarreforma sigiuió montada en su macho hasta el siglo XIX),
el arte es una actividad que comienza a ser pagada e impulsada por los burgueses.
ya en el siglo XX, el arte lo pagan el mercado, la especulación y las instituciones, inventos también burgueses.

Por eso, los críticos duros de izquierda dicen que el sistema democrático que ahora conocemos es burgués... pos sí, está chido: ¿Y a mí de qué me sirve saberlo si no sé ni siquiera cómo es un burgués ni con qué se come?... ¿Tiene qué ver con las hamburguesas?

Cuando el burgués llega a esta etapa de propuesta que ya tiene qué ver con lo político y con la economía, cuando ya no se conforma con solo mover las mercancías, empieza a desarrollar la teoría-praxis política y la tecnología, que ya existían, ya... pero estos cabroncitos se ponen a desarrollarla de manera cabrona... ¡pero cabrona y no mamadas!

Al principio, paga a los mejores artesanos, después, funda sus universidades y escuelas , privadas al principio, y luego organiza un Estado que se le produce en masa a los ingenieros que desarrollarán las comunicaciones, los transportes, y en general la ciencia y la tecnología que desembocarán en la Revolución Industrial (ya vamos en la tercera, por cierto). Si los burgueses contemplan las artes, es solo como artes aplicadas: ¡a la chingada las joterías de teología que tanto les gustan a los jodidos y a los obispos! ¡Pragmatismo! ¡A desarrollar, a desarrollar, cabrones!

Y empieza el auge de esa cosa que llaman modernidad.


20.8.06

Crónica de castas XI

Carta a mmmi amigo...

Le pido a Pepe Quintero que lea mi blog (el post anterior) y me escribe en un mail:

Se llama lucha de clases, mi Clément.
Tampoco andamos tan atrasados.

Lo que pasa es que acá va aderezada de pensamiento mágico y
mentalidad barroca (como bien dices) pero se trata de una lucha entre pobres y ricos.



Y efectivamente, mi Pepe, es una lucha de clases en stricto sensu. Marx escribe en el Manifiesto Comunista:

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales; en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces, y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes...

Y hasta acá vamos de acuerdo: lo que estamos viendo es la evolución una lucha de clases en forma, entre patricios y plebeyos, entre jodidos y jodedores. Entre "nacos" y "gente bien". De eso no queda la menor duda. Ahora los jodidos joden para que no los jodan y los jodedores dicen: ¡se joden!. Sigue el buen Charly Marx:

La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal...

Y aqui es donde está mi insistencia: en México NO se ha desarrollado una sociedad burguesa a pesar de los intentos de hacerlo desde el siglo XIX. Y no se ha hecho porque ni siquiera hemos salido de una sociedad feudal medieval inoculada durante la época colonial. El constante estribillo panista de que el Peje y el PRD representan la "ideología del odio", viene de la mano con esa idea de la "convivencia de repúblicas" de la Nueva España donde todos deberíamos convivir en paz, respetando el "marco institucional" que diosito impuso y que dice que el rico debe mantenerse rico y el pobre pobre, y ambos deben estar satisfechos con el lugar que diosito les asigna. Los trabajadores deben desoir de esos "alborotadores" que solo les andan "calentando la cabeza" con cosas de "luchas de clases" y no dejar de ir a misa. Muy feudalmente, a través de compadrazgos, los "nobles" nacionales rescatan con dinero de "La Corona" a las empresas que ellos mismos desfalcan, para que los nobles no pierdan su nicho, y se amañan los procesos de elección republicana para que ninguno de abajo acceda al poder, para que no se sienten a sus mesas, y mucho menos si tienen algún atisbo de que no servirán a sus intereses de "casta". Para que una sociedad de castas funciones, la movilidad social debe estar rota. Si perdió el Peje o no, en lo personal me es hasta intrascendente, el proceso fue amañando con el objetivo de que un "naco" no invada un territorio que ya se ha apropiado la "casta criolla" y que ya les había sido arrebatado por la "casta mestiza" del PRI en el siglo XX, y ahora la "casta criolla" no está dispuesta a regresarle lo "recuperado" a un "naco". El torcer la elección a favor de Calderón, independientemente de si ganó o no, es lo que se me hace el más profundo retroceso que hemos tenido en la historia reciente de México. Pero seguimos con el buen Charles:

"La moderna sociedad burguesa
, no ha abolido las contradicciones de clase. Unicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado"

Y aquí es donde yo diría que aunque nuestra sociedad aparenta ser moderna y burguesa, no lo es, y se mantienen las castas y una multitud de estratos intermedios y algunos son hasta vasos comunicantes: como la "casta divina" de los sacerdotes, que transitan en todos los estratos gracias al vehículo religioso [1] [2]. O como empresarios que incluso apoyan, y seguro hasta le filtran información al Peje.
Se supone, que en una sociedad "moderna y burguesa", un empresario tendría que ser enemigo de clase, y aquí los hay hasta aliados del bando que se supone contrario. En nuestra sociedad mexicana, no se han simplificado las contradicciones de clase, pero tampoco, como algunos que ya me han criticado mi choro me lo apuntan, tampoco se mantiene la sociedad de castas como tal, es impreciso decir que es una guerra entre mestizos y criollos cuando estas ideas conllevan un componente racial que se ha venido deslavando con el paso del tiempo. Es cierto que racialmente ya no somos tanto una sociedad de castas como en el siglo XVII, pero sicológicamente sí. Estamos divididos en una gran cantidad de grupos sociales, y aunque unos estén arriba y otros abajo, no siempre se comparten los mismos intereses en el mismo estrato. Acepto que es impreciso hablar de castas. Aunque de la misma manera que es impreciso hablar de izquierda y derecha, de hecho. Pero mientras hallo otro término me referiré a la "sociedad de castas".


¿Para dónde va todo este choro?, preguntarás sensatamente. Lo que quiero decir es que si contemplamos lo que sucede con una visión de "derecha e izquerda", "revoltosos y apegados a la ley", "burgueses y proletarios" solo se va a resbalar en una rebelión más, que será aplastada o se diluirá en la nada una vez más, sin generar ningún cambio benéfico al país. Lo que sería procedente es que se upgradeara nuestra sociedad a una "burguesa y moderna" con sus conflictos de clase ralentizados, con una democracia representativa y toda la vaina, pero buscar eso de a deveras, con una burguesía dirigente de a deveras, una pequeño burguesía gruesa y robusta y un mínimo de pobreza. Pero parece que eso NO va a ser. Si el actual Estado mexicano buscara una verdadera solución ante una natural y lógica crisis postelectoral frente a un -1% de diferencia, lo que procedería es:
  • Buscar acuerdo de obediencia en los resultados con los partidos y la Cámara.
  • Buscar acuerdo de civilidad.
  • Solicitud del Ejecutivo al IFE de realizar nuevo conteo a la vista de todos.
  • Ya con los acuerdos dados, poner al ejército en alerta hasta terminar el conteo y que todos estén de acuerdo.
Esto lo tendría que hacer el Ejecutivo, pero es lo que NO va a hacer, porque no quiere. Curiosamente el recuento no lo quiere ni Fox, ni el PAN, ni la gente que votó por Calderón (!)...

¿Será una conspiración de clase?



Bueno, ya me requetecolgué... Besitos.


19.8.06

Para que no digan...


Frente a la crisis institucional, la fe como vaso comunicante.

Autos Sacramentales en el Zócalo, el virrey clamando legalidad que él mismo viola, el relativista juicio del Santo Tribunal... vivimos estancados en el siglo XVII.

En el México barroco, pretendíamos ser avanzados renacentistas donde solo tenemos una estructura social medieval. Igual que en las apoteósis barrocas, pretendemos que existe el cielo, donde solo existe una pared seca. Toda nuestra energía y recursos se orientan a simular. Simulamos un Estado moderno, donde solo tenemos una pinche sociedad de castas.

18.8.06

Prólogo de Víctor del Real


Como ya algunos sabrán, para diciembre aparecerá una nueva edición de mi novela Operación Bolívar, bajo el sello de Caligrama. Para esta edición le pedí a Víctor del Real, editor de Gallito Comics, que me hiciera un prólogo, y así fue.
Pongo este prólogo aquí, y algunas páginas intercaladas, para que lean un anticipo todos los presentes.
Gracias mi Vic, le debo unos tequilas en El Taquito.








Regresar de noche, caminando, a Nezayork

Víctor del Real


Para “El Cachitas”, miembro
veterano del suplemento
de historietas La Rata Muerta.
In memoriam.


Hace diez años estaba en plenitud la elaboración de la historieta Operación Bolívar, concebida y dibujada por Édgar Clément, que publicó en episodios la revista Gallito Comics. Al principio, el argumento de esta pieza parecía interminable, confuso; hubo un momento en que quien esto escribe, editor extraviado en un mar de imágenes barrocas e inacabables didascalias, sugirió al autor que, por favor, ya matara a su pajarraco.

Sin embargo, el patrocinio de algunos editores atentos hizo posible, algunos años después, que apareciera esta obra en forma de libro, para dar satisfacción a su plan original de aparecer como novela gráfica. Sólo de esta manera fue posible disipar algunas irregularidades de su contenido y también del dibujo, haciendo que su lectura apareciera benévola, ágil y amena durante sus 160 páginas.

Los episodios de Operación Bolívar no fueron entregados de manera continua. En su elaboración intermitente, que abarcó cerca de cinco años, mediaron algunas estancias prolongadas del autor en Alberta, París y San Francisco. No obstante, continuó sin distracción el propósito principal de la empresa, al margen de poder observar en sus resultados parciales algunas transformaciones en el dibujo, cierta disparidad dramática y un poco de precipitación al construir los cuadros narrativos.

Después, a cambio de esto el autor nos regaló su tiempo para enmendar errores y presentar la historia general debidamente rectificada y con una edición que puso a prueba su paciencia de artesano, sobre todo a la hora de hacer algunos injertos y retocar con pasta de opaco toda la película, con la ayuda del maestro fotomecánico Agustín Tinajero. Así, su primera aparición en Editorial Planeta, a pesar de haber publicado sólo la mitad de la obra, enmendó notablemente ciertas partes y sacrificó otras, pero en Ediciones del Castor/Taller del Perro pudimos disfrutar de una pieza completa, memorable, que ofrecía la versión última y definitiva del autor.

Me parece oportuno repensar esta obra. No dudo en destacar la pieza Operación Bolívar como ideal paradigmático de lo que Gallito Comics deseaba dar a conocer con su filosofía autoral y su postura favorable a la inteligencia crítica: su interés por historias de largo aliento, producidas con mayores recursos artísticos y argumentos más elaborados, que tuvieran cercanía con el mundo inmediato y su contradictoria complejidad.

De ese tiempo para acá pasaron muchas cosas, entre ellas la desaparición de la revista, víctima de los tiempos adversos, los pocos lectores, el extravío de varios dibujantes y de la transformación tecnológica. Su liquidación editorial no arribó nomás porque sí, se venía conformando con paciencia en la dialéctica distribución/precariedad económica; al final, esta ha sido la realidad de los proyectos editoriales independientes en un país cansino, enemigo de transitar por lecturas exigentes.

Para afirmar lo anterior tengo que decir que, hasta la fecha, la máxima obra de Édgar Clément apenas ha sido comentada por un puñado de intervenciones ditirámbicas, prestas a la adulación y sujetas a la inmediatez que caracteriza al periodismo mexicano, de articulistas o ensayistas que, habituados a los moldes de la historieta trasnacional, poco muestran el sentido analítico y crítico que Operación Bolívar demanda.

Por ello he decidido escribir estas notas, con la modestia de mis recursos y en tono informal, después de participar con Clément en varias aventuras editoriales y como cercano interlocutor en varias fases de su vida, con el privilegio que me concedió participar en la publicación paulatina de la obra en comento.

Por supuesto, muchas de las cosas que aquí expongo pueden (deben) ser cuestionables; de entrada, debo reconocer que en ellas propongo sólo mi reflexión, mis juicios subjetivos, acaso con cierta pérdida de foco. A mi favor cuento con el hecho de que así pretendo concitar la relectura y comentarios especializados de la gente del medio historietístico, con el fin de evaluar en su justa dimensión el inquietante registro artístico de Operación Bolívar; aunque también busco legitimar estos juicios llevándolos a tratar de responder la siguiente pregunta: ¿vale la pena desarrollar, en la actualidad, un proyecto de historietismo moderno en México, como el representado por la revista Gallito Comics?

Para responderla, deseo partir del siguiente planteamiento: para mi gusto, Operación Bolívar es una historia que se convirtió en eje fundamental, verdadero leitmotiv, de la revista Gallito Comics y en reto del historietismo mexicano contemporáneo. Que yo sepa, no han aparecido obras que se acerquen a los parámetros conceptuales y metafóricos con que esta historieta dejó marcado el espacio de los dibujantes más inteligentes del país. Tengo la certeza de que en Edgar Clément se sintetizan muchas de las virtudes y los defectos de los dibujantes mexicanos, pero también se encuentra en él una de las realizaciones más logradas, todavía inalcanzable e imbatible en nuestro medio, a la que hay que regresar con frecuencia, como si influyera en nosotros cierta sujeción hipnótica, para evaluar el alcance de lo que se ha producido últimamente.
Una exposición memorable

En septiembre de 1991, Edgar Clément me invitó a conocer su última historieta, una pieza que había ocupado su actividad y preocupación de varios meses.

En ese tiempo, ilustrador de diarios y revistas, ya tocaba, vehemente, las puertas del historietismo moderno, con la fibra enajenada de quien se siente parte de un experimento plástico novedoso y en él aporta una percepción original de la realidad, ante todo urbana, de un país que para ese entonces cantaba, indolente, su epifanía neoliberal.

Cuando llegué a su domicilio de las calles de Pachuca, en la colonia Condesa, observé la asistencia de varios dibujantes más, que con tremenda cuba de ron a la diestra, contenida en enormes vasos de veladora, recorrían atentos los dibujos colgados en las paredes del pequeño departamento, en donde estaba instalada la primera “expo” del juglar nocturno de Nezayork.

Quizá el argumento de la historia, motivo de esa convivencia, apenas movería un rictus de pudor en la sensibilidad moral que hoy luce, en apariencia, el país, sobre todo después de la exhibición de la cinta El crimen del padre Amaro, o del escándalo mediático que destapó la legionaria impunidad del curita Maciel; pero es que al principio de la década de los noventa, por muy curioso que esto parezca, aún se mantenían con ingenuidad algunos temas tabú en los dibujantes mexicanos.

Cierto, en ese momento, el relato de un bisoño cura de barrio que no dejó ir viva a una bella y candorosa adolescente que pulía con fruición los pisos de su iglesia, no impidió inquietar los faunos delirios de los allí presentes; sin embargo, nadie omitió registrar el preciosismo del dibujo, el trazo suelto y las ayudas gráficas, plasmados en doce páginas de historieta de excelente factura.

Habían, además de la fuerza del argumento, algunas novedades técnicas no carentes de significado; por ejemplo, se advertían en el trabajo de fondeo recortes de varios y conocidos monumentos urbanos, fotocopias de columnas y puertas conventuales, integradas en el panel por medio de sombras hechas con el salpicado de las cerdas de un cepillo de dientes, o con texturas producidas con el raspado de una navaja de afeitar. Ahí nuestro autor, evidentemente, no podía negar la lectura y estudio cuidadoso de autores europeos y de la vanguardia norteamericana, aunque advertí sobre todo la marca de la casa del argentino Alberto Breccia. Sin embargo, acaso lo más interesante era su pretensión jactanciosa de inaugurar una estética particular que representara una visión de la vida y los conflictos del mexicano: personajes ordinarios devenidos criaturas barrocas, enredadas indefensamente en la sutil telaraña de la gran ciudad, añadidos al collage de edificios y monumentos de todos conocidos, pero trastocados en su sentido y efecto con un afán posmoderno, al ser alternados o sobrepuestos al margen de su espacio real o de la historia.

La pieza expuesta, titulada El germen de la lujuria, era fluida en su narración, sin referencias inútiles ni eufemismos; simplemente, iba a la cosa misma. La adolescente, ya convertida en dama exuberante y de mundo, regresa al escenario después de algunos años con una expresión maligna en la mirada, para sorprender al sacerdote entrado en la madurez, canoso y con ojos de angustia, con la invitación, imposible de ser eludida, a echar un polvete como diosito santo reglamenta y manda.

¿Qué nos dejó, entonces, El germen de la lujuria al pequeño grupo de charladores lunáticos que acudimos a esa bizarra reunión? El acuerdo unánime de que Clément destacaba como joven promesa del historietismo mexicano, la sorpresa general de observar una correspondencia entre la oscuridad del argumento y los recursos técnicos y gráficos empleados y, finalmente, una atmósfera cargada por la continuidad de la tensión dramática y la sustitución de varios diálogos por la sabrosa cadencia de algunas viñetas.

Aunque pocos, quizá nadie, pudo advertir que por debajo de tamaña realización no se escondía sólo el fuego de un autor pasional, sino también la precocidad de un joven que deseaba abrirse paso con la reflexión de su mundo inmediato. Creo posible que, para ese momento, Edgar Clément ya pensaba los ejes centrales del gran proyecto de novela gráfica que posteriormente le daría reconocimiento: Operación Bolívar.

En el otoño del 91, en esas páginas prendidas en la pared, se vislumbraba la matriz estético-conceptual de la obra posterior de un dibujante extraordinario, cuyo periplo inmediato sería reproducido, capítulo por capítulo, en la revista Gallito Comics. Las cualidades mostradas por nuestro autor, desde ese evento, lo definen: profundo y sin embargo irreverente; escéptico pero simpático; lacónico y áspero, aunque cortés; coleccionista de intuiciones y no obstante riguroso en su reflexión personal; y, finalmente, conversador exaltado –de personalidad notablemente expansiva–, gran tirador de netas.

Cruce de contradicciones, a veces volátil en su razonamiento, Clément deja en claro con su obra que el historietismo no es oficio para máquinas mentales deseosas de sujetarse a los estándares productivos comerciales, porque aquí la inteligencia se rige con otros parámetros, acaso convencida de que sin sensibilidad y reflexión reposadas todo producto intelectual se transforma en tarea inocua y estéril.

En la remembranza del año 91 deseo traer a colación la imagen de un joven talentoso y brillante, poseedor de nutriente imaginación, capacidad técnica y empresa. Por ello, no me extraña su reconocimiento profesional, que hoy se larva discretamente y sin apurar su ritmo y contenido; antes bien, la apertura internacional de su obra da noticia de los altos registros conseguidos, junto con el puñado de sus viejos camaradas del Gallito Comics, por el historietismo mexicano de los últimos quince años.


La modernidad como tragedia

Algunos años antes, al final de los ochenta, en la revista de arte, cultura y humor La regla rota, prolongada después con el título de La Pus moderna, dirigidas ambas por Rogelio Villarreal, se había concedido un generoso espacio a la historieta, idóneo para que el dibujante Luis Fernando Enríquez destacara, de inmediato, con una pieza realizada con mano magistral, considerada una obra de arte, a la que denominó: Los sentimientos de la nación.

Como el título desea explicarlo, esta pieza hace un recorrido por la iconografía mexicana tradicional, con un argumento en tono poético, cargado de referencias históricas y de cultura popular citadina. Aquí Luis Fernando, a lo mejor sin proponérselo, abrió la llave de la imaginación de muchos lectores y los acercó suavemente a una idea de la historieta como expresión de ideas y planteamientos más elaborados, que sugieren las interrogantes básicas de la nacionalidad mexicana: su identidad, la virgen de Guadalupe, el mestizaje, las castas, el barroco, nuestro intrincado proceso histórico, las figuras artísticas y populares, las tradiciones, artesanías, Diego y el muralismo, Regina, Borola Tacuche, Pedrito, Frida, Posada, los mitos cinematográficos y deportivos. Juárez, ultramontanos, jacobinos y novenarios; Lara, Tin-Tán, etc.
Hacer este comentario es indispensable no sólo para recordar –a manera de un breve homenaje– a un fugaz maestro mexicano de la historieta, sino para señalar que su dibujo, hábil y preciso, así como la novedad y frescura de su estética, influyeron en la generación de jóvenes dibujantes que despegarían, justamente, en los primeros años de la década de los noventa. Entre ellos, obviamente, ubico a Edgar Clément, quien vio un guiño revelador en la pieza pionera del querido “Flaco” Luis Fernando.

Para bajar el exceso de cuerda juvenil que lo llevaba fácilmente al desasosiego, Clément aprendió a caminar largas jornadas por el Centro Histórico de la ciudad de México. Conoció sus edificios más antiguos y significativos, imaginó ahí breves historias de la vida cotidiana, buscó ingenuo la energía (que tanto recomiendan los “iniciados”) del centro del Ombligo de la Luna; pero ese ejercicio requería de una disposición más allá del ocio y el recreo, e hizo acompañarse de cuadernos de apuntes y notas, y aumentó su colección de recortes, fotocopias y libros antiguos. Coronaba la noche con su insensato regreso, caminando, a Nezayork, sin medir el riesgo ni la distancia, porque sólo con este método íntimo ordenaba su aprendizaje en la sacristía de la Catedral Metropolitana, en la iglesia de La Enseñanza, en los murales de Diego en la SEP, en el Palacio de Iturbide, en la zona arqueológica de Tlatelolco y en su paso por las cantinas más célebres, violentas, sucias y heterodoxas de la época.

En su trabajo como ilustrador se vio exigido, con frecuencia, de responder también como diseñador. Esta necesidad, surgida de improviso, lo invitó a descubrir algunos secretos de la composición de la página, con imágenes desbordando la caja para ponerla a la par con la narrativa, le dio un informe de la evolución tipográfica y le sugirió la construcción de cada cuadro como si fuera un retablo religioso, entre lo barroco, lo naïve y lo kitsch.

Estos elementos fueron una novedad, porque en su síntesis superaron la estrecha visión local que se tenía del panel, como ayuda mecánica y fríamente secuencial, amén de que lo animaron a sacar las didascalias de su nicho dictatorial y las involucró felizmente en una estética que, según se observa, comenzaba a representar una idea personal constituida con lo barroco, la subversión del tiempo, el collage, la conjunción de episodios históricos, la ironía, el escepticismo y el desencanto.

La estructura formal de Edgar Clément no fue aprendida en las sesiones diarias de las escuelas de arte. Su idea creadora, ya lo he dicho, es producto de su reflexión personal y de la experiencia directa. Como él afirma, su formación académica proviene del fracaso de una reforma educativa a la mexicana, impulsada en los años del desarrollo compartido y prolongada en el sexenio del problema de caja. Que ningún lector se sienta engañado: tiene frente a sí a un talento que transita un camino, o múltiples caminos, bajo el sistema de prueba y error –a veces víctima de naufragios sucesivos y en ocasiones agraciado por un bogar continuo y febril.

En cuanto al dibujo, Clément aceptó, aguantando vara, sus carencias técnicas. No se nace sabiéndolo todo. Afortunadamente, el colectivo de dibujantes de la revista Gallito Comics hizo de sus reuniones no sólo un torneo de egos y azarosos coloquios, también un intercambio generoso de conocimientos y análisis de las dificultades técnicas más apremiantes de cada uno de ellos. Pienso que esta actitud, inexplicablemente humilde, fue un respaldo intangible y decisivo para varios de los miembros de esta revista, con la que aprendieron secretos de volumen, medidas áureas, escorzos, sombreados, visión cromática, texturas, aerógrafo, fondeo. Debo decir que los errores de dibujo más flagrantes eran convertidos en bromas negras y pesadas, con burlas que apenas lograban ocultar algunas cuentas pendientes suscitadas por la competencia, la envidia o las ganas de matar al insensato que ostentara un menisco de talento mayor. En verdad, recuerdo, el ambiente era muy humano.

Participante activo del taller literario del poeta Sergio Mondragón, de las tertulias en el café Gaby´s de la colonia Juárez, de las reuniones editoriales en el suplemento El Búho del periódico Excélsior, de las sesiones de lectura y narrativa de Raúl Renán, incorporó a su inventario enseñanzas y orientaciones que le demostraron la importancia de la literatura. En efecto, bajo el sudor repelente y lacerante de sus axilas husmeó la imaginería de García Márquez y Rulfo, de Carpentier y Payno, así como de la plana mayor de autores de Novela Negra. Pero la parte estelar de su búsqueda literaria y plástica se ubicaba en el barroco mexicano, de Sigüenza y Góngora a Sor Juana, en la voz de las catedrales, en el murmullo de los edificios señoriales, en los testimonios prehispánicos más a la vista, en las manifestaciones religiosas, en la nota roja y en la violencia citadina.

Todo este recuento puede parecer innecesario. No lo es. De lo que se trata es de explicar por qué la obra de Edgar Clément nada tiene que ver con una ocurrencia o con una exposición improvisada, como un pastiche de varias escenas que incorpora, sin respetar tesis alguna, imágenes y diálogos de último momento. La adquisición de conocimientos, vivencias y técnicas cristalizaron en un método atípico de producir historietas, con herramientas varias y en planos narrativos diferentes para integrar, finalmente, el gran tema nacional a la historieta moderna. Esto quedó demostrado con ventaja en la elaboración de su novela gráfica Operación Bolívar.

El laberinto de Operación Bolívar

La primera entrega de esta novela gráfica, convertida involuntariamente en saga por quien esto escribe, sujeto a las presiones del espacio y la velocidad editorial fue, ya lo dije, una inyección de optimismo y continuidad para el aún frágil proyecto de la revista Gallito Comics. Enseguida aclararé por qué, al plantear un resumen general del espeso intríngulis de esta enorme pieza:

a) De los personajes

Un cazador llamado Leonel Arcángel, apostado frente a la catedral de Zacatecas, espera paciente el regreso de los ángeles a su nido. La aparición de uno de ellos, precedida de una intenso halo luminoso, empata su espectacularidad con el estruendo de su caída, zas, después de ser atravesado por una bala, justo en el hueco de la iglesia del ex convento de San Francisco, hoy albergue del museo del pintor Rafael Coronel.

Destazar un ángel exige de conocimientos científicos. Cada parte puede comercializarse en el extenso mercado del high tech, abierto por el neoliberalismo. Sin embargo, ser cazador de ángeles no es oficio de gentiles; sólo quienes pertenecen a la genealogía de los naguales mexicanos pueden observar, sorprender, aniquilar, separar y comercializar las partes de un ser con alas, proveniente del espacio celestial.

Un razonable cazador de ángeles puede ser digno protector de los naguales más débiles y aún de los de la tercera edad. Su modestia destaca y es respetada por los miembros de esta sociedad secreta. Su origen es un enigma, pero su presencia se justifica por ser digno representante de las culturas ancestrales y precolombinas.
El cazador de esta historia mantiene una estrecha amistad con un elemento de la policía judicial armado hasta los dientes; esto tiene que ver con el negocio común de atrapar ángeles. Este agente, llamado Román, es expresión del más caro mestizaje mexicano: es un tipo duro, violento, porro, sin idea de cultura, de política o identidad, sólo consciente del poder a toda costa y del dinero; por ello, no duda en invitar al cazador a una expedición para atrapar a un grupo de ángeles apostados en la catedral de la Angelópolis.

El problema está en que el líder de este grupo es el mismo San Miguel Arcángel, ser alado y provisto de una visión multiplicada, armado también hasta los dientes y apoyado por artillería y aeronaves de tecnología secreta, quien explora el terreno para hacer negocios con narcóticos de elite, que cristalizarán en una futura invasión de México.

Y es que San Miguel Arcángel es el personaje central de la empresa reconquistadora de América; un representante de la cultura occidental y cristiana que ve con nostálgica intensidad la magna obra realizada por los grupos europeos fundacionales o las órdenes mendicantes. Pero he aquí que San Miguel trae su propio proyecto comercial, asociado con un poderoso norteamericano (John Smith, que mantiene un ejército personal), consistente en inundar América Latina con polvo de ángel, poderosa droga para las elites, valiéndose de una organización que servirá, en el futuro, para controlar políticamente su extenso territorio. Es decir: las drogas como táctica, el poder político latinoamericano como estrategia.

Don Juan es el decano de los naguales de México, que vive de tocar la trompeta por las calles del centro de la ciudad; sus brazos son los de un cazador, como los de Leonel Arcángel. Sus manos, evidentemente, son valiosas y el Protector, un ángel caído y hoy vivo demonio, cumple la encomienda de cortárselas, ya que prometen grandes utilidades, para entregarlas a John Smith, que reposa con lujo en El Paraíso, ubicado en antiguos territorios texanos robados a México por Sam Houston, desde San Antonio de Béjar a Nacogdoches.

Leonel Arcángel y Román rescatan mutilado a Juan Grande y lo dejan bajo la custodia de Zofiel –personaje ambiguo, mitad ángel mitad demonio, escéptico, lumpen, cínico–, quien acepta la encomienda, “a cambio de la entrega de un alma enclaustrada en un frasco”, y los orienta para recobrar los brazos del anciano nagual, incitándolos también a investigar la sustancia de la sociedad de San Miguel Arcángel y John Smith.
Hasta aquí, la presentación de los personajes más destacados de la historia.

b) De la historia

Inducidos por Zofiel, deciden, además de recobrar los brazos de Juan Grande, investigar la alianza de San Miguel y John Smith, empresa que los conduce al Paraíso. Duermen agotados del trayecto accidentado, después de pasar la frontera con los métodos más socorridos de los “polleros”, pero durante el sueño obtienen de un chamán, comanche o quizá mezcalero, unas máscaras que los harán invisibles ante los ojos de los demás.
Gracias a su astucia, logran penetrar a una fortaleza rigurosamente vigilada con grandes avances tecnológicos, para sorprender a John Smith (que, después nos enteramos, es sólo un reflejo, el famoso “juego de espejos” tan aludido por nuestros intelectuales de moda) en el momento de inhalar una porción generosa de polvo de ángel, quien al ser interrogado, con los oficios de traducción de Marina, la Malinche, los invita a integrarse a la gran empresa, cuyo objetivo es inundar América Latina con el polvo y controlar políticamente su gran territorio.

El proyecto, diseñado para ser exitoso, será inaugurado con una próxima cacería de ángeles, que tendrá como escenario la Plaza de las Tres Culturas de la ciudad de México.

Ante la negativa de los amigos, bofetadas, golpes, harta acción y balas, cuas, cuas, de por medio, John Smith desaparece intempestivamente; después, la fuerza del Protector y de un robot equipado con los brazos de Juan Grande intervienen para sacudirse a los invasores. Sólo con la oportuna ayuda de mamá Malinche, Román y Leonel Arcángel pueden huir de esta trampa, sin olvidar arrancarle al robot las manos de Don Juan.
Regresan a la ciudad de México minutos antes de la gran masacre.

En efecto, la plaza está inundada de ángeles ingenuos, obviamente castos y candorosos, próximos a ser sacrificados por la metralla, previo el lanzamiento de tres bengalas desde un grupo de helicópteros de alta tecnología.

Ahí Román cae muerto, víctima de la gran conspiración y Leonel Arcángel resurge después de ingerir el corazón de Regina, convertido en botón de peyote que lo convierte en El Jaguar, coloso salvaguarda de la identidad nacional que enfrenta con éxito la asonada extranjera con el solo apoyo del Protector, quien decide echar una mano después de comprobar la esencia excluyente del proyecto encabezado por San Miguel Arcángel.

Después regresan con Zofiel para reintegrarle los brazos a Don Juan, quien sigue inconsciente.

Y lo hacen a tiempo, para que siga tocando con felicidad su trompeta en el Centro Histórico de la ciudad.

Al final, la noche inunda al valle de México, sin novedad ni impacto del combate en la vida o en la conciencia de la población. Una sociedad apacible y narcotizada neutraliza la epopeya de Leonel Arcángel y de Román.


La nao de la Especiería

Muchas de las secuencias de Operación Bolívar podrían aparecer como representaciones naturales de un país envuelto en crisis sucesivas y también como presagios de su paulatina descomposición social.

La naturaleza de esta historia es tocar la realidad con el manejo de un argumento enfocado en el bajo mundo como protagonista inmediato de la vida cotidiana de México, y que hace uso de los símbolos y la iconografía mexicana para dar mayor profundidad a las composiciones dramáticas que revelan a un país en guerra permanente de baja intensidad, en el límite del abismo, cuya subordinación económica le impide estar atento para reflexionar y resolver sus problemas de identidad más apremiantes.

Las referencias iconográficas revelan una investigación concentrada de meses, quizá de años, en donde es posible observar que las imágenes escogidas son las que mejor se incorporan al desarrollo del argumento. Esta selección no se dio gratuitamente; se trataba de producir un efecto de tensión y dureza, con una secuencia rápida que lleva a los personajes a peregrinar por distintos escenarios y momentos históricos en una misma noche. Así, por ejemplo, en las escenas correspondientes a la masacre de Tlateloco, el autor sustituyó su propia secuencia con un conjunto de cuadros en donde rinde homenaje a Goya (3 de mayo de 1808), a Picasso (Gernika) y a Siqueiros (La democracia desencadenada), e integra la pintura de la virgen de Nuestra Señora de los Ángeles, de autor anónimo, ubicada en la colonia Guerrero, para representar a Regina. En la parte final, recurre a José Guadalupe Posada para representar, en técnica de grabado, a un eficaz laboratorista de tacos de suadero. Frente a tamaña pretensión, el autor luchó porque su propio dibujo no se confundiera entre un mar de monumentos y edificios, para que sus personajes lograran destacar en la amplitud del escenario.

La revisión de esta pieza requiere de algunas referencias cultas e históricas, para que el lector pueda incorporarse, poco a poco, a su tesis central: América Latina en general –y México en particular–, subordinada a los intereses del neoliberalismo, tiene en el poder de los narcóticos una fuerza política alternativa que compite, se funde o se configura con los intereses del Estado. En algunos países, en efecto, el narco es asunto de Estado. Vivimos, pues, la época del Narcoestado.

Acaso este es el único elemento que puede unir a los países latinoamericanos, a la manera del manifiesto bolivariano, haciendo banal y paradójico el asunto de la integración económica y política de los países del continente.

Existe otro poder que inunda, con velocidad, los rincones más ignotos del mundo: el neoliberalismo, capaz de observar también en los narcóticos no sólo una fuente de ganancias extraordinarias, sino una herramienta eficaz para derrotar culturalmente a los países renuentes de aceptar la totalidad de los postulados de la cultura de Occidente.

En México, la lucha se efectúa de manera soterrada. Nuestro país tiene que hacer uso de aliados otrora olvidados y de herramientas mágicas insospechadas para captar la energía liberada, poderosa pero sin identidad, de su juventud, para conducirla en una confrontación que definirá una victoria decisiva o una derrota histórica, estratégica, de largo plazo, de nuestra nacionalidad. La victoria augura la continuidad de las tradiciones nacionales, el disfrute de su cultura y monumentos, la alegría del canto y la danza, y el desarrollo de su música, arte y poesía.

El lector, además, identificará la impronta de Carlos Castaneda, inclusive podrá escuchar a Don Juan y a Don Genaro, lo mismo que identificará el mensaje de Regina, como si de lo que se tratara es de darle espacio a obras no formales ni académicas, que han nutrido y despertado la imaginación del underground más marginal. Pero no sólo eso: igualmente adquiere gravedad la afirmación futurista de Alvin Toeffler, desde su Tercera Ola, y el recuento de agravios extraído de lo más profundo de la inteligencia de Luis González de Alba, cuando éste describe la tarde aquella, un 2 de octubre de 1968, en que después de la sucesión de bengalas lanzadas desde los helicópteros, el país vio caer la sombra del terror en su territorio, como si una certeza otrora nebulosa se transformara en realidad absurda, sólo equiparable a la irracionalidad de Auschwitz, la violencia serbia o la actual crueldad de la Intifada.

Y en todo esto, mediante lecturas implícitas y cruzadas, también Don Manuel Gamio participa con el grano de arena de sus enseñanzas y nos deja el sabor húmedo, a sangre y sal, de un pasado lleno de pirámides construidas, con un sinfín de capas, sobre una zona lacustre. “Sin historia no hay nacionalidad”, afirma éste con dedo sentencioso para que Octavio Paz responda categórico: “No es mexicano quien desconoce la historia de México”, revelando a continuación algunas proezas locales, valiéndose para ello de una escena de Ruiz de Alarcón y de un planteamiento científico del sabio jesuita Clavijero.

La pieza Operación Bolívar, dibujada por Edgar Clément, pretende llegar, por medio de un argumento cubierto de acción y dinamismo, clásicamente historietístico, a la conciencia de sus lectores para la revisión de su historia nacional. Sólo de esta manera (y sin omitir ninguno de los periodos --sobre todo el del barroco-- que constituyen esta cadena milenaria de civilizaciones, historias y enfrentamientos) será posible descubrir el sentido del proyecto nacional mexicano, constituido por individuos libres que saben apreciar las virtudes y contradicciones de su propia identidad, salvándolo de la indolencia, la apatía, la desdicha escéptica y el enfriamiento existencial.

Finalmente, la historia debe mucho de su amenidad al ritmo del texto. La exposición paulatina del asunto hecha desde las didascalias, manifiesta un evidente interés lírico y culterano, acompañada de una tipografía ligeramente gótica que da realce a los comentarios y enunciados, amén de la originalidad de las capitulares y la belleza de sus viñetas, dibujadas especialmente para esto. En algunas partes el autor se observa expansivo y barroco, pero en otras interviene con voz sin respiro, como si leyera las partes más intensas de un largo poema épico. Pero en los globos, en donde inserta los diálogos –con insultos, reproches, mentadas y onomatopeyas--, da espacio a los coloquialismos y barbarismos más comunes del caló capitalino; aquí, se observa, hace uso de una tipografía ordinaria, en blancas. De esta manera esquemática pone de manifiesto su oído atento a la voz de las cantinas y las calles, y da resonancia a la intensidad de sus lecturas y experiencias.

A plena luz del día

¿Acaso no son estas razones interesantes para regresar a esta pieza paradigmática, que expresa la capacidad técnica y el talento de los dibujantes locales, anunciando un porvenir de historietistas cuyo renovado planteamiento estético enriquecerá nuestro diálogo cultural, gracias a sus nuevos argumentos, a su fresca imaginería y a una visión pretenciosamente plástica del panel y el dibujo?

Creo que esta pieza abre, con fuerza, un espacio creativo de gran originalidad para los dibujantes mexicanos. Es deseable continuar la reflexión en torno a ella, buscando incorporar a especialistas de la comunicación, la literatura y las artes plásticas, para que nos den claridad acerca de la promesa insinuada por el profundo registro de esta obra: la apertura de un historietismo mexicano moderno, hondamente relacionado con autores de otros países y sustentado en la crítica, la reflexión y, sobre todo, en su riqueza plástica, su capacidad narrativa y su inteligente revisión de la historia.